Sin abandonar el “rictus sardonicus”, Antony Blair negó haber sufrido una derrota en toda la línea. Pero el partido nacionalista escocés (SNP) queda como el mayor del parlamento local. En Inglaterra, los conservadores pasaron el trapo.En medio del recuento de votos, el sistema informático se desplomó en Escocia y tenía inconvenientes en Inglaterra. Pero, según proyecciones de la BBC, en el parlamento escoto los separatistas habían obtenido 47 escaños contra 46 de los laboristas, diecisiete de los conservadores y dieciséis de los demoliberales. Al SNP le bastaría negociar con los conservadores (difícil) o con los demoliberales para formar gobierno, algo que empiezan a hacer este lunes.
“Se acabó el derecho divino de los laboristas a gobernarnos”, proclamó Alexander Salmond, lider del SNP. Este grupo ha resuelto seguir adelante con la separación total de Escocia, salvo la corona, y la disolución –en 2010- del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del norte, creado en 1707, hace justo tres siglos. Por supuesto, la restitución (no “devolución”, que en castellano significa otra cosa) de facultades constitucionales dictada en 1999 tiene una “píldora envenenada”: exige mayoría absoluta –dos tercios-, no simple, para separar Edimburgo de Londres.
Estimaciones de la BBC, basadas en resultados para concejos deliberantes en Inglaterra, señalan que los conservadores se quedan con 163, contra 34 de los laboristas, veinticuatro de los demoliberales y queda un número extraordinario (90) para partidos menores o locales. De hecho, los “tories” están ya en condiciones de imponerse en las próximas elecciones generales.
Dicho de otro modo, el escocés Blair –que, se supone, renunciará la próxima semana- no podrá entregar el poder al escocés Gordon Browne, su rival dentro del laborismo. Muchos observadores sospechan que eso lo hace feliz al “premier” saliente, que detesta a su propio ministro de hacienda.
Por supuesto, Blair lega a Browne un laborismo hecho pedazos, resistido por la opinión pública en dos aspectos claves: la incondicional adhesión a George W.Bush (o sea, a la guerra en Irak) y el proyecto de rearme nuclear. Apoyado en instalaciones escocesas para peor, constituye una provocación a Rusia que ya ha roto con la OTAN y el pacto estratégico europeo. Conscientes de que el Reino Unido no es potencia –ni siquiera económica- desde hace una generación, los británicos rechazan las aspiraciones atómicas de Blair.
“Se acabó el derecho divino de los laboristas a gobernarnos”, proclamó Alexander Salmond, lider del SNP. Este grupo ha resuelto seguir adelante con la separación total de Escocia, salvo la corona, y la disolución –en 2010- del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del norte, creado en 1707, hace justo tres siglos. Por supuesto, la restitución (no “devolución”, que en castellano significa otra cosa) de facultades constitucionales dictada en 1999 tiene una “píldora envenenada”: exige mayoría absoluta –dos tercios-, no simple, para separar Edimburgo de Londres.
Estimaciones de la BBC, basadas en resultados para concejos deliberantes en Inglaterra, señalan que los conservadores se quedan con 163, contra 34 de los laboristas, veinticuatro de los demoliberales y queda un número extraordinario (90) para partidos menores o locales. De hecho, los “tories” están ya en condiciones de imponerse en las próximas elecciones generales.
Dicho de otro modo, el escocés Blair –que, se supone, renunciará la próxima semana- no podrá entregar el poder al escocés Gordon Browne, su rival dentro del laborismo. Muchos observadores sospechan que eso lo hace feliz al “premier” saliente, que detesta a su propio ministro de hacienda.
Por supuesto, Blair lega a Browne un laborismo hecho pedazos, resistido por la opinión pública en dos aspectos claves: la incondicional adhesión a George W.Bush (o sea, a la guerra en Irak) y el proyecto de rearme nuclear. Apoyado en instalaciones escocesas para peor, constituye una provocación a Rusia que ya ha roto con la OTAN y el pacto estratégico europeo. Conscientes de que el Reino Unido no es potencia –ni siquiera económica- desde hace una generación, los británicos rechazan las aspiraciones atómicas de Blair.